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Correspondencia de Fermín Pérez del Pulgar a su devota esposa y amado hijo

Octubre 31 de 1521

Amada Felipa mía,

Las lágrimas que guardo en mi memoria de vuestro rostro de ángel desencajado despidiéndose con un pañuelo en el Puerto de Cádiz, las he de imaginar convertirse en risas i alegrías, cuando lleguen a vuestras manos éstas palabras que ahora escribo en la mar, a muchas leguas de Santo Domingo. Hace veinte lunas que desembarqué en la isla donde he podido conseguir a tu tío, don Enrique, hombre respetado i de grata estimación, que me trató como amigo i quien se puso muy contento por las buenas nuevas del alumbramiento de nuestro fermoso hijo Felipe.
¡Oh! Felipa mía, no me cabría en tan pocas hojas todo lo que he aprendido i visto. Santo Domingo es agradable, i no puedo concebir otro lugar en el mundo con tanta belleza. He conversado con tu tío sobre la posibilidad de traerte a esta tierra, i le he explicado que sería ideal para nuestro Felipe crecer en clima tan saludable, pero la idea le mosquea, pues cree que anda el Diablo al albedrío i pone como condición que el viaje debe realizarse hasta que se termine de construir en su totalidad la Catedral, cuya obra está muy avanzada.
En eso hallo razón, pues estas gentes son salvajes en sus vestidos i lengua, adoran a varios dioses i permanecen de mal humor. Aún en sus poblaciones es común verlos enfrentándose i diciendo extraños vocablos. En Santo Domingo existen algunos que ya han sido tocados por la fe i trabajan con los conquistadores, i a estos también les asalta a veces unas terribles furias i nadie se acerca a ellos cuando esto ocurre.
La mayoría de una inmensa población aún vive en los alrededores, en casas rudimentarias y hay salvajes que renunciaron a Dios i han declarado la guerra. Hace un año, según comentan, lanzaron un ataque barbárico que varios valientes, entre ellos tu tío, apaciguaron después de cruenta batalla i en la actualidad Santo Domingo es una ciudad apacible, bien custodiada i con un puerto de mucha embarcación española.
Tu tío ha establecido una novedosa empresa con el coco, que es fruto muy grande de las palmeras al que los indios raspan su interior i hacen infinidad de platos i me habló de llevar en gran cantidad a Europa cocos i sacar de ellos buen recaudo. Fue él quien me vendió, a precio de huevo, estos papeles donde pienso consignar a manera de diario todas estas cuestiones tan maravillosas que me han sucedido, para que Felipe algún día las lea i sienta inquietud por la mar i sepa que las rutas por conocer del hombre son infinitas i ellas requiere de hombres decididos i valientes.
Gracias a los favores de vuestro tío, conocí a uno de estos intrépidos. Le dicen Fugger y es alemán, semejante a un gigante, sin pelo en la cabeza i ojos grandes color aceituna, con quien tuve que entendérmelas a señas en el poco dominio que tengo de esta lengua, pues es de los afectos del Capitán Ehringer, marino de gran valía i capitán del único nao con rumbo a tierra firme.
Con los alemanes logré llegar a acuerdo i costée el viaje a más bajo precio del que tenía planeado. El día 15 de agosto partí en el Santa Clara, un bergantín de gran velamen y bandera alemana. El capitán Ehringer, hombre de la Casa de los Belzares, se dirige a Cartagena de Indias con trescientos hombres a su mando. A unas cincuenta leguas una brisa fuerte i helada, a la que llaman ‘álisio’ o vientos del nordeste, hinchó las velas i los marinos comentaron que aquel viento era un buen augurio i así les creí, pero unos días después nos azotó una tormenta y por más de una semana perdimos el rumbo.
Aún no conozco a varios de los tripulantes, pero con quienes he tenido oportunidad de conversar, me he entendido bien, en especial con Fugger que es timonel i todos le respetan por su tamaño y fuerza. El Capitán Ehringer es un buen marino, aunque muy serio i lacónico. Aún no se recupera de la fiebre cuarteana contraída en Coro i se le nota por momentos fastidiado. Muy poco se le ve i suele hacer muecas de dolor a cada momento. En su reemplazo está el almirante Cromberg, hombre famoso en su país por su gallardía, i segundo a bordo, al que le he escuchado hablar de la Ciudad de Oro en Las Indias, con la que espera volverse rico. El almirante Cromberg es militar con altos honores, buen cristiano, hombre de letras i excelente navegante, reconocido por nuestra majestad Carlos V.
Para el almirante, con tanto marinero tosco i entre tanta ignorancia es verdaderamente grato entablar conversaciones amenas e inteligentes, i con él hemos discurrido sobre ciencias, matemáticas, filosofía, estrategias i letras, bajo la luz de la luna i con un tabaco encendido. El tabaco, mi amada Felipa, es un arbusto grande i oloroso que se da por estas tierras. Los aborígenes con un largo proceso de añejamiento proceden a moldear las hojas en una refinada labor artesanal i se enciende por un extremo i se aspira por el otro. Se utiliza para espantar los mosquitos, i al arrojar el humo por la nariz surgen cantidad de figuras, todas ellas, al parecer, con un significado especial para los salvajes.
Gracias a Cromberg, mi alemán ha avanzado notoriamente, pero en ocasiones me harto y busco relaciones con el timonel Alonso de Campos, natural de la Mancha, i los otros españoles: Gonzalo de la Muela, sevillano i Federico Martínez de Lerma, andaluz, que siempre están sonrientes, cosa poco común entre los alemanes. A todos les he comentado que me abriga la esperanza de estudiar los minerales i frutos de Las Indias, a por ello, trátanme como licenciado i por mi apellido me relacionan con Hernán Pérez del Pulgar i gracias a una broma, en un principio, se ha difundido semejante embuste entre los marino i aún tratando de negarlo he hecho fama de pertenecer a casa de prócer i paladín.
He recibido credenciales sin poder demostrar lo contrario i ha llegado la chanza hasta oídos del Capitán Ehringer. He preferido no desmentirlo, evitando contrariarle, pero todo esto me ha traído más gratos que tristes momentos, i con mis acciones demuestro ser fuerte i diligente, pero además noble, pues me mezclo con igual respeto entre los braseros, como en la mesa del Capitán, aunque no sea de buen parecer para algunos marineros alemanes.
Quizás a quien más le molesta mi falsos rasgos nobles es a Glock, el arponero mayor, sujeto ancho i corpulento, que suele rehusarse a mis intentos de congeniar, i en sus pésimas maneras suele ser irrespetuoso. Junto al grumete Herb, i el cocinero Jol, nacido en el Reino de Holanda, tratan de hacerme la vida imposible. Esto no ha mermado el intentar dialogar con ellos, pero son resentidos i ven en mí, equivocadamente, a un rico licenciado, i por mi falso estrato i mi nacionalidad española, su enemigo.
La mayoría de la tripulación tampoco es de sus afectos, i aunque son marinos i sus modales toscos i su proceder libidinoso, he visto que en su mayoría les temen, pero existe un mozalbete que se desempeña como vigía en el palo mayor, i al que todos por su edad i particular humor le aprecian y lo llaman por cariño “Ays”, que es la función del muchacho, observar en su catalejo i avistar naves enemigas o montículos de hielo, que aunque no muy frecuentes en esta región, se le conoció en otra travesía que regresó del Reino de Islandia, cuando era todavía un niño, i por ocurrencia de cierto inglés al que le dicen Willy, le colocó este mote estableciendo una comparación entre ojos i hielo.
“Eyes”, “Ice” o “Aíz”, como yo le llamo, aprovecha cualquier motivo para, en su inocente picardía, molestar a Glock i sus secuaces, llegando en ocasiones a vérseles ofuscados i dispuestos a batirse, pero al muchacho esto le dá más motivos para bromearlos i salirse con la suya, pues bien saben estos bribones que Aís cuenta con el respaldo de la tripulación, i si llegaran a tocarle, los marineros lo lincharían.
Aís me recuerda a Felipe i rezo a Dios para que a nuestro hijo lo acompañe la salud i sea bendecido, pues mi más fervoroso deseo es involucrarlo en el oficio del mar, al que pertenecen los valientes, i oro a Dios para que sean cumplida mis plegarias i pueda recorrer estas mesmas aguas a tú lado, adorada Felipa, con la idea de establecernos en el Nuevo Mundo. Sé que tus ruegos i oraciones tendrán que colmarme de suerte i gracias a Dios todopoderoso por ello está calmada la mar, i si continua el viento alisio en doce días arrivaremos a tierra i emprenderemos la búsqueda de aquella ciudad de oro, en donde podré lucrarme para adquirir un sitio en estas tierras.

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